Se puede observar en lo que se consume en TV y en la comida que se compra en los supermercados.
Hay bastante más demanda de mediocridad que de excelencia.
Como si todavía no nos hubiéramos dado cuenta de que estamos diseñados para algo más sublime, interesante, redondo y estimulante.
¿Acaso una máquina perfecta como nuestro cuerpo se merece cenar cada semana patatas fritas congeladas y bebidas azucaradamente exageradas? Y el hilvanado neuronal de nuestro asombroso cerebro, ¿no está diseñado para algo distinto a sesiones planas de telebasura?
Ser excelente no es ser perfecto. Eso sería todavía peor que ser mediocre. Tampoco es ser portada de TIMES o tener miles de seguidores en Twitter.
Ser excelente tiene más que ver con:
+ Equivocarte millones de veces persiguiendo tus sueños.
+ Decir una palabra amable cuándo te apetece gritar (y hacerlo cuando nadie te escuche)
+ Tener el coraje de escuchar tu voz.
+ Volver a intentarlo.
+ Celebrarte con tu placer predilecto.
+ Bailar al son de esa Naturaleza que te regala privilegios cada día.
+ Y alimentarte con ellos.
+ Beber del arte que ensancha tu alma.
+ Perder el reloj con conversaciones de luna llena.
+ Borrar el reproche y darte el permiso de la experiencia. Dárselo también.
+ Descansar y desconectar del modo “productivo”.
+ Olvidarte de las tendencias y las normas y asumir riesgos.
+ Acercar tu mano.
+ Y rebelarte… ¿dónde está escrito que ha de ser como ha sido hasta ahora?
¿Quién dijo que tu manera no es la adecuada?
No hay nada firmado. Estas son sólo algunas ideas con las que ensayo.
¿Y tú? ¿Cómo confirmas el ser humano excelente que eres?