La búsqueda es un fraude. Un fraude que tiene que ocurrir.
Con esta frase Mooji me hizo reir.
Y es que a medida que pasas tiempo cultivando ese jardín interior, te das cuenta de que éste es un viaje a ninguna parte. O a todas las partes. Después de todo, no hay nada que se pueda pesar, medir, ver o tocar.
¿Cuáles son sus medidas? No creo que tenga dimensiones.
¿Tiene manual de instrucciones? No debe tenerlo, pues no tiene un uso.
¿Dónde lo encuentro? Todavía no he encontrado un lugar donde comprarlo. Y no creo que siga buscando ese lugar en algún lugar.
Tu búsqueda, la que es honesta, no le resulta muy interesante a tu personaje. Ese que cree tener una identidad, ese al que le gusta hacer deporte o beberse unas copas, ese que se define como profesor o como madre, ese que se enfada con las noticias de política o se pone contento cuando sale de compras.
La búsqueda discurre por otros parajes. Esos dónde corres el riesgo de encontrarte con la nada.
Hasta tratar de ponerle palabras se convierte en un disfraz cuya belleza es siempre menos deslumbrante que su percha. A veces pienso si sonaré como una vendedora barata de una experiencia que es increíble y grandiosa, pues esa búsqueda es el encuentro con algo que no se puede narrar.
Y en esa nada, en eso que es indescriptible, aparece, envuelto en papel de seda, el todo. Sucede en un instante, como en un destello.
Quizá alguna vez te has sentido acogido por la Vida, visitado y envuelto por ella. Para mi, ese es el sentido intocable, inmutable y sabroso de cualquier búsqueda. Y curiosamente, cada vez lo experimento más cuando menos lo pretendo, cuanto más dejo de buscar.
Es como sentarse en un roca y reconocer la inmensidad del mar delante de ti en un atardecer de Otoño. Estás en el principio de un Todo que nunca poseerás, ni encontrarás en un libro ni ganarás por tus méritos.
Sin embargo, vive el lío de cada día, las decisiones en el trabajo, las cenas en casa, los ratos de aeropuerto (como éste en el que me encuentro) y permanece delicadamente atento para reconocer a esa inmensidad visitándote.
Nos inventamos cientos de excusas para mantener el ritmo de la búsqueda y saciar el hambre de nuestra sed más auténtica: las clases de Yoga, un par de libros, una escapada a las montañas, un gran reserva del 98, una mirada que busca al otro con amor, un huerto en mi balcón.
¡Oh! Bienvenidos sean nuestros pretextos.
Vivamos todo eso y permanezcamos delicadamente atentos:
Nunca se sabe cuando llega su visita.
Y tú… ¿te dejas visitar por esa inmensidad?
Cuenta….