Las palabras aman, las palabras curan, las palabras matan. Nos duele el corazón por una palabra, tenemos insomnio por una palabra que falta, nos desborda una palabra, una palabra nos invita a explorar un rico universo, y esa palabra a tiempo nos resucita.
Las palabras hacen muchas cosas. Como desnudarnos. Lo que dices te desnuda. También el alfabeto de tu silencio. Por eso, si atraviesas las palabras puedes ver el alma de las personas. A través de las bocas, más o menos almadas, de quien las pronuncia, cambian sus efectos. Las palabras descuidadas revelan el descuido de uno mismo y del otro. Las palabras presumidas, cuando no son artificio, esconden el mimo con el que conversamos con nosotros mismos.
A veces hay palabras que se anticipan, no respetan la cola y se adelantan. Entonces siempre hay alguien que se enfada. Otras veces las palabras se demoran demasiado, no llegan a tiempo y cuando lo hacen son como fresas caducadas. En el mejor de los casos, las palabras hacen que se abran solas las puertas que faltaban.
Las palabras son tabique y puente.
Son lazo y nudo.
Son semilla y copa.
Son palanca y llave.
Las palabras son ladrillos con los que construir palacios o cementerios.
Las palabras disfrazadas de carnaval son poesía para un alma con sequía de humor. Las palabras silenciosas besan nuestros desgastes cada vez que las nubes de recuerdos se derrumban en la sangre. Las palabras desnudas pueden fracturar la apariencia de la realidad y en esa grieta encontramos lo que está mas allá del simulacro. Y también somos eso. O quizá, sobre todo, somos eso.
Y debajo de cada una de esas palabras hay más palabras, qué más allá de su oficio de designar esto o aquello, muestran la presencia de lo nombrado.
Una palabra.
Una palabra mía.
Una palabra tuya.
Bastarán para sanarnos.
Las palabras se vuelven más bellas cuando se enmarcan por el silencio porque silencio va más allá de los límites que pone la palabra. Rosa y yo hemos preparado un lindo viaje al corazón del silencio: http://www.martamontalva.com/retiro.