En la última sesión del curso Des-cúbrete casi la mayoría se consideraban personas exigentes. Quiero decir: EXIGENTES.
Ese grado de reclamación con el que, sin valorar demasiado qué hacemos, quiénes somos, cómo lo hacemos y dónde hemos llegamos, entornamos la mirada hacia aquello que falta o que podríamos haber hecho de otra manera. Vaya.
Y éso es algo que no tiene FIN, ¿verdad? No acaba nunca. Siempre habrá algo que pulir, otro reto que abrazar, un discurso que articular con mayor claridad o un mejor punto para el arroz.
¿Qué hacemos entonces?
Intentarlo. Tratar de hacerlo y que los efectos no sean los esperados no es un fracaso, tampoco una equivocación (bueno, para los exigentísimos sí). Intentarlo una, dos o las veces que hagan faltan es el entrenamiento que te va dando maestría. Y si encima te permites el regalo, aprendes únicamente de salir a hacerlo cada día.
Sé creativo. Tómate la libertad de confiar en tu instinto. En tu voz. En tu estilo. Es tuyo. Y sumar nuestras esencias es muy valioso.
Tomar conciencia. ¿Te has dado cuenta de toooodo lo que has aprendido? ¿de la honestidad con la que te lees? ¿de tantas cosas que eres capaz de hacer? ¿de tus bellezas?
Mirar ahí fuera. No hay blancos y negros: hay una infinidad de tonos.
Escuchar. Escuchemos los aplausos también (no, no siempore son cumplidos) y sobre todo, celébralo con el tuyo propio.
No te compares con ellos. Inspírate con su ejemplo.
No seas tan duro contigo, por favor. El mundo necesita dosis altas de dulzura.
Lo sé, yo también siento que a veces podría añadir un «pero» o un «más».
Pero… ¿Y si elegimos otras formas de intensidad?
Como… ¿amarnos más y divertirnos mejor?
¿Qué opinas? ¿Cómo te tratas?
«La perfección es una cosa estática y yo, reboso de progreso»
Anaïs Nin