Salimos a pasear al atardecer. Berta vino con su bebé entrelazado al cuerpo.
Creo que recuperé la inspiración en ese preciso instante… ¿qué hay más inspirador que ver a esa niña aterciopelada, que respira desde hace cuatro meses, descansando sobre el pecho de su madre?
Cuánta protección necesita un niño y cuán desprotegidos nos sentimos en ocasiones cuando crecemos.
Cuando se me olvida que pertenezco a una constelación y que hay un caudal de sucesos inmenso poniendo en marcha mis comienzos, pierdo el poder, la magia y el genio. Entonces me canso, porque sin darme cuenta comienzo a funcionar como si cada detalle, cada acción, cada resultado, dependiera únicamente de mi.
Y sé que no es así. Cada célula me lo recuerda. Sin embargo, no siempre las escucho.
Suelo despertarme muy prontito, adoro la frescura de la noche a punto de desaparecer, cuando todavía no ha sonado el despertador del vecino de arriba ni aquella mujer ha salido a la terraza a tomar su café acompañada de su pastor alemán. Hay una intimidad callada mientras el cielo comienza a aclararse. Como si el día y yo nos acompañáramos en nuestro despertar. No hay momento del día que me sienta más cerca de mi.
Me estiro, bebo algo caliente. Escucho. Dejo que mis pulmones desayunen aire con rocío. A veces, canto.
Hace un par de mañanas, madrugué como de costumbre.
Más tarde, y dispuesta a salir de casa, me dije: No, no más actividad. Es momento de descansar.
Algunas cosas comenzaban a molestarme. Me dolía el trapecio. No me estaba concentrando con facilidad y cuando decía “sí” a algo, luego me decía “pero si no quieres hacer eso”.
Estaba agotada, aún cuando hacía unas horas había recibido una de las mejores noticias de mi Vida.
Hice una llamada y anulé el plan.
Bajé la persiana. Me puse la ropa más suave que encontré en el armario. Apagué el móvil. Me despedí de algunos diálogos. Sentí como las sábanas gélidas comenzaban a ser calidez y me abandoné hasta quedar en silencio.
Ese silencio que nutre y que te encuentra. Que te lleva de vuelta a casa.
Me quedé dormida con los rayos del sol acariciando las paredes y el mundo funcionando allí fuera.
Me desperté. Era hora de tumbarme de nuevo. Esta vez en la camilla de la consulta de Rosa, a quien conocí en India y con quien me reencontré en esta isla. Sus manos ayurvédicas acabaron por desprender de mi cuerpo cualquier resto de cansancio, dolor y miedo.
Luego, cenamos un delicioso Palak Paneer con Al Gromer Khan sonando de fondo.
Reponer lo que gastamos es un gesto de amor hacia nosotros mismos.
Y no siempre lo podemos hacer en marcha.
¿Te imaginas repostando tu coche en marcha?
~ Feliz semana y gracias por pasarte por aquí ~