No te lo creas.
No te creas lo que dices.
No creas lo que escuchas.
Tampoco te tomes en serio lo que escribes.
Es mentira.
Las palabras son tan bellas y redondeadas a veces; tan osadas y afiladas otras. Lo que comparten siempre es raíz. Son construcciones que nacen de cimientos que no vemos, ni tan siquiera los avistamos.
Por eso, a veces las palabras se adelantan y dicen más de lo que querías decir.
Otras se quedan atrás y a penas se escucha un eco inteligible que te decía a gritos quédate.
Se atragantan en una garganta dejando vacío el estómago que iban a habitar y a alguien le diagnostican anemia.
Hay palabras que escondiéndose; muestran.
Y palabras que mostrándose; esconden.
Hay palabras que enseñan y en realidad necesitan aprender.
Otras palabras dicen ya no te quiero y sencillamente claman amor.
Hay palabras que gritan y sólo buscan el abrazo de un silencio donde reponerse.
Y palabras que cuentan historias que nunca sucedieron más que en nuestras percepciones. Estas son mayoría absoluta.
Todas ellas se deslizan entre los poros del alma y llegan a esos lugares del inconsciente donde se fraguan los significados. Bajo nuestras aguas hay un espectáculo representándose en una función eterna. Es la misma trama teatralizándose instante a instante: una palabra emerge de la boca de alguien, se cuela en lo profundo de nuestras aguas y pronto, como los peces acuden prestos al anzuelo, las memorias de nuestra sangre se acercan veloces a esculpir significados con los que respondemos.
Una vez una palabra de un amigo se coló entre los orificios de mi alma, se encontró con una memoria antigua, y me encontré diciendo sí a algo a lo quería responder no. En otra ocasión, otra palabra cayó dentro de mí y se encontró con Perséfone; entonces dije no donde iba un sí.
Sí, además de mentirosos, somos algo complejos.
Nuestras palabras se cultivan en las profundidades de un mar donde no solemos bucear. Y aún así nos las creemos. Además de mentirosos y complejos, caminamos algo cegados.
Ahí reside lo interesante. Uno puede permanecer en su ceguera y hacer carrera hasta la jubilación o puede convertirse en un aprendiz de la gramática del alma. Si opta por la segunda posibilidad se convertirá en mago, será capaz de desnudar algunas palabras –pocas al principio, bastantes después- de tal manera que abracen cuando digan abrazo, se despidan cuando pronuncien adiós y vuelen entre las nubes cuando digan sueño.
Las palabras crean y son tan creativas que acaban creando a su propio creador. El lenguaje –hablado, escrito o pensado- crea nuestro universo interno, el mapa con el que nos movemos por la vida.
Allí, en el fondo de tu alma, se están gestando los significados que dan forma a tu existencia.
Por eso, la próxima vez que te presenten a alguien (por ejemplo, a ti), ten el placer de desconocerlo.
Y, si entre mentira y mentira, te apeteciera conocerlo; convertíos en arqueólogos de la palabra. Bajad el volumen, descalzaos y sumergid vuestros pies en las aguas silenciosas donde, como perlas, se gestan las palabras. Seréis espectadores de una obra preciosa; divertida a veces, algo trágica otras; y con un poco de suerte, también seréis un poco más libres.
Me dijo “cállate un ratito” mientras se sentaba a mi lado.
Permanecimos dos horas en silencio.
De vez en cuando abría los ojos y miraba los míos.
Nunca me había sentido tan escuchada.