No es sencillo estar en uno mismo.
Tal vez porque ni siquiera reconocemos ese lugar.
Probablemente porque el camino que nos lleva hasta él es el menos transitado.
Lo veo cuando me encuentro en situaciones desamparadas, desprovista del calor de lo familiar.
Cuando el ritmo de lo previsible se detiene y lo acostumbrado se desvanece, una y otra vez, los vestidos habituales resbalan por el cuerpo y hasta la propia desnudez resulta más foránea que la ajena.
La mandíbula aprieta cuando ciertos lugares nos quitan fuerza.
Y al mismo tiempo ese preciso instante nos sitúa en el umbral de una puerta.
Si la cruzas, tú te conviertes en el lugar.
El lugar para ti mismo y para el otro.