¿SABES PORQUE LOS ANGELES VUELAN?

 

El sábado cené con una amiga. Una señora italiana con quien derrotamos el tic tac del reloj.

Un cátedra de elegancia y de la palabra precisa. Una mirada que cose alas al alma.

Por eso su consulta es un laboratorio de alquimia de dónde se sale con la postura recompuesta y el corazón satisfecho.

Entre un bocado de escalibada y otro de tortilla de patatas, me preguntó: ¿dónde estabas el septiembre pasado?

 

Hace un año…

Hace un año estaba tratando de entender que le pasaban a mis glándulas suprarrenales. Ahora no sólo lo sé (en parte) sino que están bastante recuperadas en contra de cualquier pronóstico médico. No es que las leyes de la medicina no funcionen, es que esta vez han funcionado otras.

También me encontraba con muchas ganas de cambiar de escenario. No porque Benicàssim no me parezca un paraíso, sino porque soy muy fan de vivir aventuras. Me encanta descubrir lugares nuevos, oler nuevos aromas y descubrir lo que se esconde detrás de nuevos rostros. Y sobre todo, dejarme llevar por el hilo que teje la Vida cuando le dices: Allá voy, pórtate bien venga.

Justo hace un año, estaba dándole vueltas a darle un giro a mi carrera. Sin embargo, parecía no ser el momento de encontrar la forma. Desde luego no desde el discurso racional. Las clases de Yoga se estaban convirtiendo en sesiones improvisadas de crecimiento debajo de los árboles del jardín. Guardo unos recuerdos brillantes de aquellos grupos pequeños, de nuestras conversaciones y del buen sabor con el que cada una nos despedíamos. El mundo se nos convertía en un lugar más amable y cómplice . Y el placer de sentir que teníamos un trozo de hierba y de corazón al que pertenecíamos nos daba muchas alas.

Entonces, Mallorca me hizo luces desde uno de sus faros a principios de diciembre. Con un escalofrío en los huesos, en prestosa compañía y con tantas ganas como dudas, me subí a un barco que viraba haciendo encajar esas piezas que flotaban sin la aparente intención de encontrarse amistosamente.

Aunque en aquel camarote, yo todavía no lo sabía.

Al llegar a la isla, la distancia que me separaba de las personas que asistían a aquellas clases y consultas hizo una pregunta:

¿Cómo vas a hacer para continuar con ese trabajo que apenas está germinando?

¿Sabes cuándo quieres hacer algo de lo que no tienes ninguna duda?

Sabía con total certeza que tenía que hablar con Vero Gran. Me atrevería a decir que no fue algo que decidí conscientemente. Había algo dentro de mi que ya le estaba escribiendo un correo.

Meses atrás había hecho uno de los cursos que ofrece en +Perspectiva. Su lenguaje, su forma, su fondo, su toque liviano y cercano me sonaban muy familiares. Quería comenzar mi aventura online y al mismo tiempo quería que la pantalla que nos está comunicando a ti y a mi en este momento fuera un ojo que guiña, una mano que acaricia y unos labios que articulan sencillez, inspiración y fuerza.  Es decir, que fuera de todos menos una pantalla.

A esas alturas ya estaba enfrascada creando… Cómo iba a ser el proyecto, que nombre tendría, qué aspecto, qué te iba a contar y qué quería ofrecer al mundo en esta nueva etapa.

Tenía momentos de total confianza y otros de auténtico canguelo plagado de “deberías”… ¿Era acertado lo que iba a hacer? ¿Gustaría? ¿Debería hacerlo así o asá?

Estaba inmersa en ese trabajo intenso. Mi padre me dice que de pequeña le decía:

Haré lo que quiera, pero seré la mejor en lo que haga.

Esto que puede parecer gracioso en una mocosa de ocho años, me ha traído algún que otro quebradero de cabeza. Ese empeño en hacer las cosas estupendamente bien, ha marcado algunos episodios de mi Vida con rigidez y exigencia.

Y cómo no hay sombra que no tenga su luz, llegó mi sesión con Vero Gran. Era un 12 de Febrero.

Hablamos de muchas cosas: qué quería transmitir, a que respondía el proyecto, a quien me iba a dirigir y qué miedos me estaban paralizando al mismo tiempo.

Sin embargo, si me preguntaras con qué me quedaría de aquella conversación, no tardaría en responderte:

 

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Si fuera fan de los tatuajes, lo grabaría en mi piel.

Esas palabras llegaron en el momento preciso.

Cuando acabé de hablar con Vero, salí a pasear por la finca en la que nos instalamos al llegar. Estaba atardeciendo. El sonido de los grillos, el eco de los caballos contándose el día y de los aviones dibujando estelas entre las estrellas decía:

Hazlo si te diviertes con ello. No tienes que hacerlo todo bien. No tienes que ser perfecta. Te querremos igual si te caes. Hazlo así, a tu manera.

De hecho, te daremos una palmadita para que vueles.

 

Es todo lo que necesitaba para arrancar.

A partir de aquel día, sólo se trató de comenzar a jugar.

 

Justo un año después, empaqueto mis cosas para volver a Mallorca después del verano.

Y en el barco que voy a tomar, hay mucha más despreocupación, confianza y ganas de seguir jugando que el pasado septiembre.

Ya no me preocupo por acertar, ya no antepongo si es lo correcto, si es lo óptimo para mi carrera o cómo me van a valorar. Siendo totalmente sincera, te diré que, cada vez más, observo como mi cabecita ya no se afana por tomar decisiones lógicas y provechosas.

Ahora la decisión es mucho más orgánica.

¿Me lo estoy pasando bien? ¿Disfruto con ello?

Si siento que es algo que me hace sentir bien, que quiero o que me estimula en algún sentido, alzo el vuelo y lo hago.

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¡Ah! Entonces lector… ¿ya sabes porqué vuelan los ángeles?

Exacto… Porque se toman a sí mismos a la ligera…

 

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